Raro que hoy muchos levanten la voz "en defensa de la escuela pública" cuando durante años la dejaron caer. Raro que hablen de la dignidad que da la educación, cuando los chicos que más necesitan de la igualdad que otorga dicha institución siempre fueron los que pagaron con días de clases los paros, las tomas, las quejas, la falta de infraestructura, de fondos, de sillas, de ventanas, de baños rotos.
Raro que ahora todos digan algo, cuando la escuela dejó de ser un lugar de excelencia, para convertirse en lugares donde los pibes concurren a comer, quizás, la única ración de alimento más o menos decente en el día...más raro que se siga defendiendo eso, y no que se reclamen trabajos para esos padres, porque lo digno sería que los chicos comieran en sus casas.
Raro que a muchos se les crispen los nervios y salten enojados por una frase como "caer en la educación pública", diciendo orgullosos que ellos "cayeron" cuando los que hablan son personas mayores, muchos hijos de esa escuela pública que supo ser orgullo internacional.
Claro, es fácil poner a los premios Nobel como ejemplos surgidos de la escuela pública. Y lo son. Pero de aquélla, en donde se iba a aprender, no a comer, en la que se concurría para adquirir conocimientos, no para romper cosas. Una escuela pública que, si un alumno rompía algo, llamaban a los padres para que pagaran el vidrio. Una escuela que no temía poner aplazos, números rojos, o simplemente hacer repetir al alumno que no había demostrado durante el año que había adquirido los conocimientos necesarios para pasar al grado superior siguiente.
Porque, sí, señoras y señores, los grandes genios argentinos que asistieron a la escuela pública, fueron a aquella, a la del esfuerzo, a la del estudio, a la de las horas aprendiendo de memoria las tablas, las reglas gramaticales, las fechas historicas. La escuela pública ( y por qué no, tambien privada) en la que no habían desinfecciones, ausencias sin aviso, horas libres (porque si no juntaban cursos, la misma directora daba la clase), en la que te ponían de penitencia "de florero" en la puerta de la dirección durante los recreos si te mandabas una macana.
Una escuela pública y privada que no sabía de feriados, ni fines de semana largos, porque las celebraciones se hacían el mismo día de la recordación, tomando lista de asistencia y con falta (en mi caso, al asistir a un colegio religioso, debía concurrir OBLIGATORIAMENTE un domingo al mes y me corría doble falta en caso de no hacerlo). Y, antes de que muriera Eva Perón, los días sábados, TAMBIEN HABÍAN CLASES.
Cuando hablamos de la escuela pública a la que fueron las lumbreras de nuestro país, pensemos si lo hicieron en espacios sin vidrios, en donde las paredes se caían a pedazos o si estaban electrificadas. Por supuesto, tenían otras dificultades, porque muchos debían hacer un esfuerzo terrible, caminando muchos kilómetros, como quienes viven en las zonas más alejadas de nuestro país aún hoy, y sabían que no podían distraerse. Estudiar, en aquélla escuela pública, era una cosa sería.
Si van a comparar, comparemos con cosas iguales, no con una institución totalmente destruída, cuyas reformas educativas hicieron estragos en la capacidad de muchos chicos y que el mismo nivel de enseñanza hizo que los padres, hijos de aquélla educación pública y la poca privada que existía, decidieran migrar a la privada de ahora, para que al menos los chicos no pierdan días de clases.
Hoy se ve el desastre en que se convirtió la educación, una herramienta para igualar, en simple comercio y manipulación. Por un lado están los chicos que pagan para, al menos, estar en un establecimiento y recibir todos los días algo de enseñanza y, por el otro, los chicos que ven como pasan los días y sus escuelas no abren sus puertas. Aplaudo al maestro que lucha desde la trinchera, no vulnerando el derecho de los chicos.
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