Una cree vivir en un siglo de avances. La ciencia ha logrado metas que hace apenas cien años parecían sólo historias de ficción. Los avances de la medicina plantean soluciones a enfermedades que hasta hace un tiempo no la tenían.
Sin embargo, hay cosas que no cambian. Por ejemplo, la asamblea del año 1813 planteaba el fin de la esclavitud. Abolía definitavamente una práctica aberrante, en la que por el color de piel o la posición social, se consideraba a una persona "propiedad " de otra, sin derecho a elegir su destino.
Ciento noventa y ocho años más tarde, la esclavitud está tan vigente como en la época colonial. Con otras formas, de otra manera, pero con la misma impiedad y la misma falta de humanidad que antes.
Mujeres, muchas de ellas menores, secuestradas y prostituidas, son retenidas contra su voluntad para que un grupo de personas cobren por los "servicios" que ellas prestan. Hombres y niños son "contratados" por empresas tercerizadas para que trabajen en el campo de multinacionales a cambio de nada, en lugares indignos y en condiciones totalmente antihigiénicas. Personas, viven hacinadas en cuchitriles, debiendo trabajar más de las ocho horas legales, en talleres de costuras donde las medidas de seguridad brillan por su ausencia.
Y después, pagamos un dineral por un pantalón de marca, porque es la última moda. O nos imponen en las verduras y los cereales precios dolarizados, justificándose con que el clima no fue propicio para las cosechas, y más de una vez escamoteando la producción, porque conviene exportarlos a venderlos en el mercado interno. O conviertiéndose en cómplice de un secuestrador o de corruptores de menores, pagando por servicios sexuales.
Seguimos teniendo, como sociedad, la mente de la época colonial. Seguimos juzgando al otro por su sexo, su piel, su origen. Seguimos mirando por encima del hombro al que tiene menos, al que por no tener posibilidades no llegó a terminar sus estudios.
Colaboramos en alguna que otra colecta. Y se nos pianta el lagrimón al mirar el noticiero cuando muestran las condiciones paupérrimas en las que vive mucha gente en el interior del país.Movemos la cabeza en señal de reproche, y con un botón del control remoto, pasamos a la exhibición de mujeres en poca ropa que nos ofrece el show de moda, y nos hace olvidar de todo lo demas.
El mundo de los sueños que tanto nos venden aún no existe. La modernidad es un cuento de hadas que sólo se hará realidad el día que nadie sea menos que otros y que los verdaderos derechos humanos comiencen a respetarse. El día que la esclavitud sea sólo una palabra en un diccionario, que explique a las generaciones de estudiantes que hubo una vez un animal llamado "hombre" que se creía un ser superior con derecho a decidir sobre la vida de otros seres humanos a los que consideraba de su propiedad, será el día en que vivamos en un mundo mejor.
Sin embargo, hay cosas que no cambian. Por ejemplo, la asamblea del año 1813 planteaba el fin de la esclavitud. Abolía definitavamente una práctica aberrante, en la que por el color de piel o la posición social, se consideraba a una persona "propiedad " de otra, sin derecho a elegir su destino.
Ciento noventa y ocho años más tarde, la esclavitud está tan vigente como en la época colonial. Con otras formas, de otra manera, pero con la misma impiedad y la misma falta de humanidad que antes.
Mujeres, muchas de ellas menores, secuestradas y prostituidas, son retenidas contra su voluntad para que un grupo de personas cobren por los "servicios" que ellas prestan. Hombres y niños son "contratados" por empresas tercerizadas para que trabajen en el campo de multinacionales a cambio de nada, en lugares indignos y en condiciones totalmente antihigiénicas. Personas, viven hacinadas en cuchitriles, debiendo trabajar más de las ocho horas legales, en talleres de costuras donde las medidas de seguridad brillan por su ausencia.
Y después, pagamos un dineral por un pantalón de marca, porque es la última moda. O nos imponen en las verduras y los cereales precios dolarizados, justificándose con que el clima no fue propicio para las cosechas, y más de una vez escamoteando la producción, porque conviene exportarlos a venderlos en el mercado interno. O conviertiéndose en cómplice de un secuestrador o de corruptores de menores, pagando por servicios sexuales.
Seguimos teniendo, como sociedad, la mente de la época colonial. Seguimos juzgando al otro por su sexo, su piel, su origen. Seguimos mirando por encima del hombro al que tiene menos, al que por no tener posibilidades no llegó a terminar sus estudios.
Colaboramos en alguna que otra colecta. Y se nos pianta el lagrimón al mirar el noticiero cuando muestran las condiciones paupérrimas en las que vive mucha gente en el interior del país.Movemos la cabeza en señal de reproche, y con un botón del control remoto, pasamos a la exhibición de mujeres en poca ropa que nos ofrece el show de moda, y nos hace olvidar de todo lo demas.
El mundo de los sueños que tanto nos venden aún no existe. La modernidad es un cuento de hadas que sólo se hará realidad el día que nadie sea menos que otros y que los verdaderos derechos humanos comiencen a respetarse. El día que la esclavitud sea sólo una palabra en un diccionario, que explique a las generaciones de estudiantes que hubo una vez un animal llamado "hombre" que se creía un ser superior con derecho a decidir sobre la vida de otros seres humanos a los que consideraba de su propiedad, será el día en que vivamos en un mundo mejor.
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