Hace nueve años que luchan para que nadie más pase por la misma situación que les tocó vivir. La desgracia los hermanó, y si uno los mira detenidamente, sus ojos comparten un rasgo idéntico, aunque sonrían, una enorme tristeza los invade. A ellos, un delincuente les arrancó de sus vidas a un ser querido.
Caminan en paz. No rompen ventanales, no tiran bombas de estruendo ni ensucian ninguna propiedad privada. Sólo utilizan su tristemente enorme bandera (cada mes con una foto más, una víctima más), para que la sociedad entera sepa que ellos, los que están en la bandera, ya no están más.
Pese a todo su dolor, sacan fuerzas de algún rincón del alma y siguen adelante. Se organizan para pedir reuniones con quienes deben velar por nuestra seguridad. Se informan para saber a dónde ir, y con quién. Ponen (invierten) parte de su tiempo y de sus vidas para ayudar a otras personas que atraviesan por su mismo dolor. Ellos saben qué se siente no tener más el abrazo de un hermano, Ellos saben qué es no tener más la sonrisa de un hijo al despertar. Ellos conocen muy bien cuánto se extraña el abrazo contenedor de una pareja. Y no poder hacer el duelo porque los tiempos de la burocracia no entienden de sentimientos, de angustias, de agotamientos.
Cuando el frío texto de la ley dice que faltan pruebas, que no hay testigos, que los menores son inimputables, es imposible cerrar una herida. Cuando el paso de los días demuestran que las promesas de los funcionarios se diluyen, se pierden y se las lleva el viento vaya una a saber a qué lejano lugar.
Pero supongo que lo que más les duele es la indiferencia de quienes hoy, gracias a dios, no han vivido su calvario. De quienes les dan palmaditas en la espalda, pero no están a la hora de sumar voluntades en su reclamo por más seguridad. De aquéllos que a su paso continúan mirando vidrieras, tomando café, paseando a su perro, sin ponerse por un minuto en el lugar de estas familias y acompañarlas aunque más no sea con las palmas durante esa cuadra (destaco a la señora, muy viejita ella, que paseaba un caniche y detuvo su andar frente al Banco Nación, y acompañó los aplausos al ritmo de los familiares). Nadie de los locales, víctimas constantes de los delincuentes, salió a las veredas a apoyar los reclamos, o acaso, muy pocos. Sí, supongo que ése debe ser un dolor mayor aún.
A pesar del frío, de la lluvia, del calor, de la indiferencia y de las promesas incumplidas, cada martes la ONG de familiares de las víctimas del delito y del tránsito acude a la cita con la esperanza de ver sumarse voluntades, que los acompañen y les demuestren que vos, yo y cualquiera tomamos consciencia de que mañana podemos estar en el mismo lugar que hace tiempo el destino los puso a ellos.
La lucha que llevan a cabo es para todos, justicia para los que ya no están, y seguridad para los que aún seguimos con vida. No los dejemos solos, no seamos ciegos a su reclamo y el próximo primer martes de cada mes, llenemos la plaza...No esperemos a que sea demasiado tarde.
Caminan en paz. No rompen ventanales, no tiran bombas de estruendo ni ensucian ninguna propiedad privada. Sólo utilizan su tristemente enorme bandera (cada mes con una foto más, una víctima más), para que la sociedad entera sepa que ellos, los que están en la bandera, ya no están más.
Pese a todo su dolor, sacan fuerzas de algún rincón del alma y siguen adelante. Se organizan para pedir reuniones con quienes deben velar por nuestra seguridad. Se informan para saber a dónde ir, y con quién. Ponen (invierten) parte de su tiempo y de sus vidas para ayudar a otras personas que atraviesan por su mismo dolor. Ellos saben qué se siente no tener más el abrazo de un hermano, Ellos saben qué es no tener más la sonrisa de un hijo al despertar. Ellos conocen muy bien cuánto se extraña el abrazo contenedor de una pareja. Y no poder hacer el duelo porque los tiempos de la burocracia no entienden de sentimientos, de angustias, de agotamientos.
Cuando el frío texto de la ley dice que faltan pruebas, que no hay testigos, que los menores son inimputables, es imposible cerrar una herida. Cuando el paso de los días demuestran que las promesas de los funcionarios se diluyen, se pierden y se las lleva el viento vaya una a saber a qué lejano lugar.
Pero supongo que lo que más les duele es la indiferencia de quienes hoy, gracias a dios, no han vivido su calvario. De quienes les dan palmaditas en la espalda, pero no están a la hora de sumar voluntades en su reclamo por más seguridad. De aquéllos que a su paso continúan mirando vidrieras, tomando café, paseando a su perro, sin ponerse por un minuto en el lugar de estas familias y acompañarlas aunque más no sea con las palmas durante esa cuadra (destaco a la señora, muy viejita ella, que paseaba un caniche y detuvo su andar frente al Banco Nación, y acompañó los aplausos al ritmo de los familiares). Nadie de los locales, víctimas constantes de los delincuentes, salió a las veredas a apoyar los reclamos, o acaso, muy pocos. Sí, supongo que ése debe ser un dolor mayor aún.
A pesar del frío, de la lluvia, del calor, de la indiferencia y de las promesas incumplidas, cada martes la ONG de familiares de las víctimas del delito y del tránsito acude a la cita con la esperanza de ver sumarse voluntades, que los acompañen y les demuestren que vos, yo y cualquiera tomamos consciencia de que mañana podemos estar en el mismo lugar que hace tiempo el destino los puso a ellos.
La lucha que llevan a cabo es para todos, justicia para los que ya no están, y seguridad para los que aún seguimos con vida. No los dejemos solos, no seamos ciegos a su reclamo y el próximo primer martes de cada mes, llenemos la plaza...No esperemos a que sea demasiado tarde.
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