jueves, 20 de septiembre de 2018

De inclusiones y otros demonios.



Voy a un baño. En la puerta, del lado de adentro, encuentro un cartel en el que solicitan cuidar la higiene. El el escrito dice "el baño es de todas".

Alguien tacha la palabra "todas" y reescribe con una e. Otra, ya usando la puerta a modo de pizarra, escribe "los hombres también tienen vagina".

Y no. Los hombres no tienen vagina. Como las mujeres no tienen pene.

Biológicamente tenemos sólo dos sexos.  Femeninos y masculinos. Luego, por circunstancias de la vida, por cuestiones hormonales, por inclinación afectiva, por las mil razones que fueran, los humanos podemos adoptar comportamientos considerados "propios" del sexo opuesto.

Pero, a menos que un hombre o una mujer se operen, los órganos sexuales que posee son los que un simple hecho biológico, en el adn, determinó que aparato genital va a tener.

Hoy se puso de "moda" decir que el lenguaje no es inclusivo, dándole una connotación machista, únicamente porque el genérico colectivo utilizado en el castellano es masculino.

Intentan explicar la violencia y la invisibilización de la mujer a través de unos sustantivos y artículos gramaticales, sin considerar que existen muchos idiomas que no tienen ese supuesto conflicto idiomático, y cuyos usuarios ejercen la misma violencia, agresividad y machismo que quienes hablan español.

Quienes tienen un conflicto con su género biológico, durante años buscaron identificarse externamente con los rasgos propios de ese sexo. Hombres travestidos de mujeres, maquillados, con pelucas. Mujeres travestidas de hombres, contándose el pelo, usando ropas holgadas.

Roberto un día decidió que quería llamarse Florencia. ¿Cuál sería el problema de cambiarse la última letra del nombre, entonces, y ser un "Roberte", inclusivo y poco conflictuado con reglas gramaticales, según dicen ahora, patriarcales y falocéntricas?

En un programa televisivo actual, uno de los personajes cambia su identidad de género. Le dicen  "Juani" en forma afectuosa, sin embargo en su transformación hacia la masculinidad exige ser llamado "Juan". El conflicto con el diminutivo no es por sentir que lo tratan como a un niño chiquito, sino que está ligado a su figura femenina. "Juani" no tendría connotación ni femenina ni masculina,más que la que el personaje, o los guionistas, quieran darle.

Y más allá de darle las vueltas que se quiera, la nominación no deja de tener controversias. Porque los "Juanis", las Florencias ", los "Robertos" no dejan,a la larga o a la corta, de tomar partido por un género u otro. Años de lucha invisble de homosexuales y travestis buscando ser reconocidos en el género lingüístico ligado a su sentir íntimo, para que vengan a decirles que está mal querer ser "ellas" o ellos" y que ahora deben denominarse "elles".

Porque "Florencia" quiere que la vean como a la mujer del año. Porque "Juan" busca llegar a tener la genitalidad de un hombre. Y porque, finalmente, todo termina siendo lo mismo que en un principio: dos géneros sexuales necesarios para buscar la procreación o para manifestar su sexualidad plena.

Son ellos y ellas, en todas sus formas, u el problema no es como los denominamos, sino la intencionalidad que le pongamos a las palabras, la violencia que usemos para hacer sentir a alguien mal y la falta de respeto que una grupo de seres humanos manifiesten hacia otro grupo que siente, piense y haga las cosas distintas. Ha pasado con el color de la piel, ha pasado con la religiosidad, pasa hoy con la identidad de género y pasará en el futuro mientras no sepamos respetar al otro.

Pero los hombres no tienen vagina.
 Y las mujeres no tienen pene.

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