El ojo que todo lo ve.
La nueva edición de Gran Hermano en Argentina ya cumplió su comentido. En las redes, generó adhesiones, odios, broncas, empáticas, llantos, denuncias y hasta escraches.
Los 18 participantes esperan llegar al último programa y ser quien apague la luz de la casa más famosa del país y del mundo. Se han presentado como grandes estrategas, excelentes jugadores y plnene cara de jodidos mientras dicen que son competitivos y que no van a perdonar a nadie.
Los que tenemos varias ediciones encima, sabemos que esos no tienen la menor idea de nada. Que el que gana es el que logre meterse al público en el bolsillo, a fuerza de simpatía, por historia de vida o porque hace las cosas de una forma tal, que consigue ese apoyo jornada a jornada para quedarse en la casa.
El casting no asombra, solo una persona de 60 años, dos que andan en la cuarentena, dos treintañeros y el resto, todos sub 30. El elenco típico de este programa. Chicas que muestren traseros y chicos musculosos. Alguno con la historia triste, que conmueve de entrada.
De a poco las estrategias se les van a ir al diablk y van a aflorar las personalidades reales. Van a extrañar, van a llorar, se van a querer ir. Una vez que olviden que tienen casi 100 camaras grabándolos las 24 horas del día, contarán eso que, quizás, no se han atrevido a decirle a nadie. Sus secretos saldrán a la luz. Sus dolores. En el camino van a quedar los que no logren conmover, o sumarse a un grupo que no lo nomine.
Nosotros debatiremos si chuparon mucho, si tuvieron relaciones debajo de las mantas, si tal o cuál se le hace el amigo a alguno para después expulsarlo. Veremos las miserias y, ojalá, las riquezas que pueden tener los seres humanos en una convivencia.
El canal, ya ganó.
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