Como una tela de
araña, que nace en un centro y se expande hacia afuera, la red cibernética es
ilimitada y jamás comprenderemos su alcance. Un claro ejemplo son las fotos,
bromas, videos que día a día nos llegan desde los diferentes sistemas de comunicación
virtuales, en los que el efecto expansivo de la bomba que se tira es
impensable.
Vos sacás una
foto curiosa o llamativa por determinada razón y la enviás a un amigo. Este
amigo, para divertirse con otras personas que vos no conocés, le manda esa
imagen a varios amigos más. Y así hasta el infinito, hasta que la foto, tal
vez, llegue a nuevamente a tu teléfono, sin que la persona sepa que fuiste el
autor original o, quizás, se sienta sorprendido de que protagonices algo “viral”.
Así, tu imagen
puede llegar a los lugares más impensados, personas a las que jamás en tu vida
verás, conocerás te verán o verán eso que te impactó. El reenvío de archivos es
inmanejable. Algo desagradable, que te llega por medio de una persona adulta,
puede caer en manos de tu hijo, menor de edad y ver algo que no está destinado
para él o para su edad. Porque tal vez vos lo reenviaste a otro adulto, que lo
pasó a su hijo mayor de edad, quien le mostró al hermano más chico y éste le
pidió que se lo envié…y el adolescente lo sube a un grupo de compañeros de la
escuela, de amigos de club.
Como adultos
responsables, ¿sabemos qué herramienta se le da a un chico cuando se le entrega
un teléfono celular? ¿se le controla sus contactos, qué mensajes recibe? ¿Cómo padres,
nos tomamos el tiempo de cuidarlos, de explicarles, de educarlos antes de
lanzarlos a la jungla incontrolable que es una red social?
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