sábado, 2 de octubre de 2010

Anestesiados

           La muerte provoca diversas reacciones. Algunos se niegan a aceptarla, otros se enojan porque les  quita un ser querido. Otras personas asumen que la muerte forma parte de la vida y la toman con naturalidad.

           Cuando la muerte nos sorprende también reaccionamos de diferentes formas. Una muerte natural sorpresiva provoca una reacción de incredulidad muy fuerte, ya que alguien sano que, sin explicación aparente o sin ninguna enfermedad que lo justifique  fallece, todos nos comenzamos a preguntar por qué. El impacto nos conmueve hasta lo más hondo de nuestro ser. Como ejemplo, el reciente fallecimiento de una actriz provocó miles de reacciones, a nivel mundial. Una sola de las páginas de Facebook que trata el tema logró, en apenas 48 horas, más de 400.000 adherentes que se solidarizaban con el lamentable hecho, como así también, muchísimas personas etiquetaron fotos de la actriz, comunicando el suceso.

        En cambio, una muerte traumática ya no nos causa la misma reacción. La inseguridad nos viene robando vidas desde hace muchísimos años, y, salvo las movilizaciones propias de cada ciudad,  no conmueven a la sociedad de la misma forma. Sin ir más lejos, las marchas en todo el país convocadas para el 25 de septiembre no tuvieron la cantidad de asistentes que deberían, ya que en esas marchas se reclama por la seguridad de todos. Apenas 200 personas en la capital del país. Y la más convocante, tres mil  o cuatro mil, según si lo comunica la entidad que organiza a los familiares de las víctimas o la policía.

         Matan en un secuestro a un chico de dieciseis años, y muy pocas personas etiquetan fotos de él, o envían mensajes de repudio. Es uno más que va a engrosar la lista de víctimas. Es sólo un nombre que será olvidado dentro de pocos días, cuando otro nombre ocupe su lugar en los medios. Como pasó con Isidro, con Santiago, con Dalina, con Diego, con Manolo.... y la lista continúa, pero salvo que ocurra alguna novedad trascendental, un muerte va tapando a la otra y sólo los familiares y seres queridos mantienen viva la memoria de los que ya no están.

         Lo cotidiano se nos hace costumbre. Las muertes por inseguridad ya no nos sacuden, a menos que nos toquen de cerca. Y los reclamos y marchas pierden su sentido a medida que pasa el tiempo, a medida que la injusticia de la memoria nos va alejando de los acontecimientos y nos adormece la indignación y el repudio que sentimos.

        La voracidad de los tiempos que vivimos, el vértigo de estos días nos anestesian, hasta el próximo delito, hasta que algo nos sacude el instinto de supervivencia y nos hace gritar desde el alma que necesitamos justicia, equidad, respeto.... que necesitamos saber que vamos a estar para ver a nuestros hijos crecer, que mañana vamos a poder darle un beso a nuestros padres.

        Debemos despertar y dejar de estar anestesiados para pedir lo que  nos corresponde: caminar libremente por la calle, trabajar con tranquilidad, estudiar para tener un futuro. Que la muerte natural sea eso, natural y no un acontecimiento que nos avasalla. Que los asesinatos nos se nos vuelvan costumbre.

  

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