domingo, 26 de noviembre de 2017

Poniendo blanco sobre negro.



Por las razones que fueran, “la grieta” habita en nosotros indefectiblemente.  Se ha hecho carne en tal forma que no resiste análisis lógico,  no respeto, no piedad.


Cincuenta especialistas determinan que un joven muere ahogado en un río. Sus familiares y los detractores del Gobierno de turno insisten sobre la teoría de la desaparición forzada, culpando a una fuerza de seguridad por “represión” cuando cumplía una orden judicial, ya que un grupo manifestaba violentamente cortando una ruta nacional. Siguen apoyando la versión de quien afirmó falsamente haber visto como el joven era golpeado y subido a un vehículo, hechos que todas las pericias desestimaron.


Un submarino de la Armada Argentina deja de comunicarse y elementos de las fuerzas de distintos país es, con mejor tecnologías que el nuestro, se solidarizan en su búsqueda y en la de los 44 tripulantes que lo abordaban.  Pero salen a denostar a una de las fuerzas más profesionales del mundo, reprochando una guerra terminada hace 35 años e insultando a quienes informan la ayuda que se brinda. También se hacen especulaciones sobre posiblea teorías conspirativas, generando confusión y discordia. A eso, sumar audios en donde los “expertos de siempre” parecerían saber más que aquéllos que estudiaron durante años, tienen reconocimientos internacionales y trabajan de eso mismo de lo que todos opinamos sin saber.


En otro hecho en donde un grupo que hace años viene generando delitos, una fuerza de seguridad mata a una persona que tenía un revólver 22 o 38 (según quien informe), haciendo uso de algo llamado “defensa propia”. Sin embargo, se habla de represión otra vez, poniéndose en el lugar de quien quema casas, comercios, amenaza en claro enfrentamiento con la ley en base a un “reclamo ancestral”.  Ninguna muerte violenta es buena, pero se siguen usando términos setentosos,  para hechos que no tienen nada que ver con lo que pasó en Argentina entre 1976 Y 1983.


Creo que debemos barajar de nuevo y ponernos a pensar si defendemos delincuentes o si queremos que la ley sea algo a respetar. O, si no, nos convertimos todos en bestias salvajes, rompiendo lo que no nos gusta y quemando aquello que consideramos como propio, sólo porque nosotros creemos que es así.

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