sábado, 10 de julio de 2010

La moneda

Brillaba con todo su esplendor. Como si el sol dibujado en su sello fuese el mismo que la iluminaba desde el cielo. Como si toda la energía cósmica que lo alimentaba estuviera concentrada en la palma de su mano.

Apretó el puño para sentir esa fuerza dentro suyo. Dudaba sobre lo que tenía que hacer. Había un designio marcado que se partía en dos. Dos caminos a seguir, dos rumbos desiguales cuyo final ignoraba.

Cerró los ojos. ¿Y si la conservaba? No le gustaba aferrarse aamuletos ni a supersticiones. Pero hay un momento en la vida en que debemos depositar la fe en algo más allá de nosotros mismos.

¿Cuál era el destino que se jugaba? Guardarla en un estuche implicaba hacerse su esclava, y esclavizarla a su vez. Pero también temía desprenderse de ella y que con ella se fuera toda la fuerza que estaba sintiendo.

Abrió el puño, y volvió a contemplarla. Dudaba, pero comenzaba a tomar una desición. Comprendía que la fuerza estaba en ella, en su interior, y que no perdería para nada, más allá de lo que hicierse.

Cerró la mano y la llevó a su corazón. apenas movió los labios, murmurando unas palabras secretas, ligadas a la libertad de ambas. Cumplió con una formalidad y la arrojó con todo su ser. Un deso, un salto en el agua. Ya estaba hecho.

Cada una rodaría por el mundo, cumpliendo su destino. Cada una tendría su libertad. El deseo, por fin, estaba cumplido.

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