sábado, 10 de julio de 2010

Tras la oscuridad

               Había pasado demasiado tiempo deambulando entre las sombras. Su existencia se había desarrollado sin luz, casi sin imágenes, mientras aprendía a defenderse del contorno de las cosas.

              Sabía exactamente donde estaba situado cada objeto. Conocía de memoria todos los caminos por los que debía transitar sin chocarse con nada. Pero desconocía absolutamente qué era aquello con lo que podía atropellarse.Si bien adivinaba al tanteo su forma, ignoraba totalmente su contenido, su color, su utilidad.

                 Nunca supo qué Dios ignoto le prohibió la luz. Las cortinas habían sido su límite, la línea entre el bien y el mal. Ellas oficiaban de fronteras al conocimiento en ese mundo tenebroso y brutal. Hasta el sonido se negaba a cruzarlas.

              Había vivido agazapada, en las sombras, desarrollando un sexto sentido para adivinar el peligro. Había creido con miedo a algo que no sabía si, acaso, existía.

             Desafió a su Dios inexistente y abrió los cortinados de par en par y un fulgor enceguecedor la obligó a cerrar los ojos, provocándole un dolor casi mortal por primera vez en su vida. Tuvo miedo y pensó en morir. Sospechó que ese acto de audacia la arrojaría lejos de ese paraíso personal.

             Poco a poco fue acostumbrándose a la luz, a esa luz que le permitía ver cosas que jamás había imaginado. Que le permitía conocer lo que siempre había estado allí, pero que ella había sido incapaz de distinguir.

            Muchos temores comenzaron a disiparse. Pero pronto surgirían nuevos. Ahora debería habituarse a la luz.

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