Cuando se crece dentro de una burbuja, uno puede ver muchas cosas pero no sentirlas. Vivir las cosas, para bien o para mal, es lo que nos curte la piel para seguir adelante, lo que nos forma un callo que nos hace más fuertes al dolor. La sobreprotección, o no involucrarnos con la vida nos evita el sufrimiento, pero nos aporta experiencia, nos lleva al camino de la madurez.
Asomar la nariz al mundo nos hace fuertes y nos da todas las herramientas que necesitamos para crecer. Enfrentarnos a la vida nos hace vivir.
Y la vida nos pone señales en el camino para que nosotros las sigamos. Como en una ruta, esas señales nos dicen por donde transitar, cuál es el mejor camino, o el más corto. O el camino más hermoso.
Podemos confundirnos con las señales, o leerlas mal. Ese es el riesgo que corremos. Nuestras elecciones forman parte de un cúmulo de señales y miedos entremezclados. ¿Será lo mejor? ¿Estaremos seguros? ¿Y si terminamos heridos?
No podemos predecir el tiempo. Debemos tomar una decisión y seguirla. Si nos equivocamos, podemos enmendarlo y tomar otra decisión. A veces puede ser tarde, porque las oportunidades, como decían los griegos, son calvas.
Los sueños, los recuerdos, las coincidencias, nos ponen huellas en el camino y somos nosotros los que decidimos qué hacer. Una fecha, un eclipse, un nombre nos pueden servir de disparador para que tomemos la decision y veamos que hay más adelante. Como en cualquier camino.
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