lunes, 12 de julio de 2010

Sin nombre

La ambulancia llegó al lugar del hecho en medio de las estridencias propias de sus sirenas, que no saben de lutos ni dolores. Un círculo de gente señalaba el lugar, como las cruces en los mapas en donde se hallan sepultados tesoros antiguos. Abriéndole paso, se dividió en dos, como las aguas del Nilo ante un Moisés moderno.

Dos enfermeros bajaron la camilla. Tras comprobar el deceso del hombre, ya anciano, depositaron el cuerpo en ella, mientras el sol, atravesado por una nube negra, ensombrecía esa calle, en medio de la fiesta lumínica de la ciudad.

Todos los transeúntes, impotentes espectadores de una obra sin terminar, se marcharon poco a poco, decepcionados, de este improvisado teatro de la vida.

Ni siquiera quedó el fantasme del muerto circulando por alguna sombra, porque no se había atrevido a marcharse sin haber cumplido su íltima voluntad, quedando atrapado entre la vida y la muerte por una fuerza superior a la de aquel despojo.

El cadaver conservaba firmemente aferrado a su mano un pequeño medallón, en cuyo interior se encontraba una fotografía nebulosa y manchada de humedad; una fotografía que áquel hombre no necesitaba mirar, porque la llevaba grabada en su corazón.

El enfermero buscó algo que le diese una pista sobre la identidad de ese hombre. Unicamente encontró el colgante y, al abrirlo, vió, como si recien la hubiesen tomado, la fotografía de la más bella de las mujeres.

Observó, conmovido y extasiado, el retrato, mientras un estremecimiento le agitaba el corazómn. La belleza de esa mujer le produjo un dolor en los sentidos. Era como si un rayo de luz partiese de ella.

El fantasma revoloteaba sobre ese cuerpo inerte al que había dado vida durante tantos años. No pudo contener una pequeña lágrima de vapor, que se deslizó por su etérea mejilla, al percibir la dolorosa belleza de aquella mujer.

La ambulancia se detuvo en una luz roja. Parecía que el tiempo se había detenido. El enfermero vió como la puerta trasera se abría. Sin embargo, hacia atras se presentaba un camino de tierra rodeado de flores y árboles. El otro enfermero, al frente del volante, seguía esperando el cambio de luz.El hombre que acompañaba al cuerpo, sin comprender nada, bajó del vehículo.La puerta se cerró por sí sola, y el cambio de color del semáforo hizo que la ambulancia continuara su camino, perdiendose en la distancia.

El enfermero, sin saber qué hacer, desconcertado, conservaba el portarretrato en su mano. Impulsivamente, comenzó a caminar sin saber hacia donde, ignorando que un fantasma guiaba sus pasos u tratando de encontrarle una respuesta a lo inexplicable. Se detuvo bajo la sombra de un álamo frondoso y perfumado. abrió nuevamente el medallón. La belleza de la mujer lo hipnotizaba.

Al cerrar la mano, levantó la cabeza y notó una casa blanca a cierta distancia. Decidió ir hacia alli, sin saber cómo explicar la forma en que había llegado. Al abrir la puerta, una ráfaga de frescura lo embriagó, contrastando con el intenso calor que hacía afuera.

Si bien parecía vacía, la casa estaba limpia. Los muebles antiguos, parecían nuevos. Los cuadros, con imágenes de otros tiempos, parecían haber sido recientemente pintados.

Un piano rompió el silencio.Intentó en vano reconocer la melodía. Se dejó llevar por la música y recorrío la casa hasta llegar a una sala en donde una joven, vestida con traje de antaño, acariciaba sus teclas.

Fue entonces cuando sintió una presencia cercana. Giró la cabeza y vió a la sombra del hombre que habian encontrado muerto en la calle, a su lado, rejuvenecido. El espíritu camino hacia la joven y posó las manos en sus hombros. Ella dejó de tocar y lo miró con una infinit ternura.

Los dos se acercaron al enfermero. Ella le regaló la más dulce de las sonrisas. Él una profunda mirada de agradecimiento. Por fin, después de tantos años de estar perdidas en el tiempo, sus dos almas se habían encontrado.

Cuando el hombre cuyo oficio era ser enfermero en un sanatorio privado despertó, eran las 3.15 de la madrugada. Su esposa dormía dulcemente.Al lado de su almohada observó una cadena de la cual pendía un medallón. La fotografía de la más hermosa de las mujeres, junto al gran amor de su vida, ahora sonreía.

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