domingo, 26 de septiembre de 2010

Visto y oído ( pequeñas historias sobre la inseguridad)

            El miedo es una sensación paralizante. Nos impide reaccionar y hacer algo para defendernos. Por mi trabajo camino por las calles de distintos barrios periféricos de la ciudad y el "no te metás" ha tomado otras dimensiones. Durante la dictadura militar, el "no te metás" refería a las fuerzas militares que secuestraban a personas por cuestiones ideológicas o políticas o económicas, y esa frase era asociada a otra, el "algo habrán hecho", para justificar el silencio y el miedo. 

            Hoy el miedo y el silencio continúan vigentes. Y no nos metemos porque no queremos que nos pase nada, a nosotros ni a nuestros seres queridos. La diferencia ahora es que, lo único que "hicieron" los que ya no están, es trabajar, estar en su vivienda, festejar un cumpleaños o simplemente nada. Porque los que no están son comerciantes que son asesinados en sus negocios; hombres y mujeres que vuelven de sus trabajos y son asaltados para robarles el auto, además de la vida; jóvenes que van o vuelven de un festejo familiar o de una salida con amigos; ancianos que han trabajado toda su vida para tener una vejez tranquila y son golpeados, torturados y asesinados para quitarles lo poco o mucho que tengan.

         Pero muchas veces cerramos los ojos y nos callamos por temor a que los próximos seamos nosotros. Temor, porque los delincuentes con frondosos prontuarios caminan por las mismas calles que nosotros. Compran en los mismos almacenes, viajan en los mismos colectivos. Viven en el mismo barrio que nosotros.  Sabemos sus nombres, sus antecedentes, los crímenes que cometieron y, muchas veces, contra quienes. Pero callamos porque tememos las represalias. Tememos que, cuando la blanda justicia los deja libres, vengan por nosotros o los que amamos. Y callamos y nos sometemos a un imperio de terror y somos nosotros los presos. Presos del miedo, presos de la inseguridad, presos de la falta de justicia, presos de que las leyes vigentes no se cumplan.

      Por mi trabajo me cuentan cosas, o las veo. Esta semana, por ejemplo, me avisaron que un auto con cuatro muchachos armados estaban robando hace algunos días. Todos lo vieron. Cerraron las puertas, y si observaban un coche con las características del informado, se ponían en alerta. Pero por lo visto nadie llamó a la policía. Más de cuatro horas después del aviso, el coche seguía dando vueltas por ahí, estudiando el ambiente para cometer el próximo delito.

      Un joven sube a un coche de alquiler y pide que lo lleven a una dirección. Tiene las manos tapadas con una campera y el conductor, por temor a ser asaltado, lo lleva. Recorren dos o tres direcciones, ya que "no hay nadie en los domicilios". En el último lugar, el muchacho se excusa con el conductor y le dice que, como no tiene dinero, le deja la campera en parte de pago. Y en ese momento descubre sus manos: está esposado y pide que no lo "buchoneen". El conductor devuelve la campera y se va, pero no denuncia nada. Tiene miedo de que la próxima vez no le salga tan barata, ya que el delincuente puede ubicarlo en cualquier momento. Se calla, porque quiere seguir vivo, sin pensar que, igualmente, la próxima vez él puede ser vícitma de un delito. Y a su vez, se convierte en complice involuntario de un crímen que desconoce, por no meterse en problemas.

       Otro muchacho, descalzo, pide ayuda a los gritos en la intersección de dos calles. Está cerca de una villa. Grita que lo han asaltado, que por favor alguien se detenga a ayudarlo. Pero su pedido no es aceptado por ningún conductor, ya que también existe el temor y la duda de que sea un "teatro" para robar a una persona que detenga el auto por solidaridad. Entonces, la solidaridad es metida en el fondo del bolsillo y, por temor, todos continúan su camino.

      Una comerciante me cuenta que en su barrio vive un "chico"  al que todos temen y nadie denuncia. Tiene prontuario desde los doce años, tres asesinatos en su haber y, además, varios robos y asaltos con golpes, torturas y quemaduras. La fianza que le pusieron por su último delito fue de dos mil pesos, la que pagó vendiendo una moto que tenía en su casa. Como entra y sale de las comisarías, todos se callan, nadie se mete, por temor a ser la próxima víctima,

    Un repartidor es asaltado. Su custodio se tirotea con los ladrones, que se escapan, uno en moto hacia un lado y el otro, armado, a pie en el sentido contrario. Media hora más tarde aparece un patrullero. Dijeron que la demora se debía a que venían recorriendo la zona para ver si los encontraban. Un comerciante de la misma cuadra, al oír los disparos, suspiró y dijo que ya estaba acostumbrado a los tiroteos, que era común. Y continuó trabajando, sin salir de su negocio, sin saber si había algún herido.

     Un comerciante sale a la vereda cuando un chico lo encara con un arma y le dice que vuelva a entrar, que lo está asaltando. El hombre, cansado de los asaltos, hizo todos los trámites y posee un arma en forma legal y también la saca. El "chico" se asusta, y entre otros comerciantes lo detienen. Cuando llega el patrullero, se llevan a los dos, y el comerciante termina quedándose en la comisaría más tiempo que el  "pibe", porque él sí tiene que demostrar la legalidad de su arma, llevando toda la documentación y sacándole fotocopias. El hombre todavía está demostrando que puede portar el arma que usa para defenderse, cuando el "menor" sale, simplemente, porque es menor.

    Las historias que cada uno conoce deben ser similares a éstas. O diferentes. El punto en común es que muchos bajamos la cabeza sin decir nada, y nos mantenemos al margen por temor a las consecuencias.Y, sin darnos cuenta, terminamos siendo complices de la misma violencia e inseguridad que queremos combatir. Reclamamos, pero nos callamos la boca cuando el delito no afectó nuestra integridad física o las de nuestros familiares.

      Reclamamos a los gobernantes, pero éstos hacen oídos sordos o no pueden hacer nada. Las leyes existen y los jueces, por oportunismo político, por desidia o por lo que sea, hacen regla lo que debería ser una excepción.  Las condenas son reducidas, o no hay pruebas suficientes, cuando no las reducen por buen comportamiento. Nadie controla las salidas de los detenidos, y por cualquier razón les otorgan el arresto domiciliario. Y luego leemos en los diarios o vemos en los noticieros que los mismos que tienen estos beneficios continúan delinquiendo. Y, a pesar de esto, continúan otorgando salidas laborales y arrestos domiciliarios.

    Y continuamos con el miedo. Porque sabemos que el pibe que robó, torturó y mato, vive en la otra cuadra. Y porque si lo denunciamos, va a venir por nosotros. Entonces optamos por el no te metás, para ganarle la carrera por la vida al de al lado. Hasta que un día nos toque a nosotros y no comprendamos cómo es que nadie vió ni escuchó nada, pero en secreto nos dirán el nombre del delincuente, siempre y cuando no los comprometamos. Y sin pruebas ni testigos, ninguna denuncia tiene futuro.

        La inseguridad y la injusticia terminarán el día en que, como ciudadanos libres que somos, dejemos de mirar a un costado y nos comprometamos con el otro, con nosotros mismos. Cuando dejemos de lado el egoísmo de no meternos porque no nos pasó a nosotros. Cuando, tomando cartas en el asunto, reconozcamos al delincuente y  lo llevemos a la justicia con pruebas y testigos.  Cuando dejemos el miedo que nos hace complices de los delincuentes, ya que al no acusarlos y reconocerlos, estamos protegiéndolos a ellos, a los ladrones, y permitimos que esta tierra de nadie continúe cada vez más violenta. Dejemos de lado el no te metás, participemos de los reclamos a gobernantes, a funcionarios, a jueces. Exijámosles que cumplan y hagan cumplir la ley, para poder vivir realmente en un país libre.  Somos nosotros los que podemos lograrlo. De lo contrario, continuaremos presos en nuestras casas, en nuestros negocios, pero no sólo por los delincuentes,  estaremos presos de nuestro temor. Y ése es nuestro principal enemigo.
           
      

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