lunes, 22 de noviembre de 2010

Sin ir más lejos

           Hay un vídeo que me mostraron hace unos días sobre la situación de hambre en África. Un vídeo impresionante. Estremecedor. Las imágenes son tremendas. Y todos se horrorizan con lo que ven. Porque queda grabado más que en las retinas, en el alma. No hace falta volver a mirarlo, porque cada una de las fotos se impregna en cada una de las células del cerebro. Y del corazón.

           Pero no hace falta ir tan lejos para saber que la gente pasa hambre. Aquí mismo, en la Argentina, hay niños que mueren por desnutrición. Por falta de recursos o por ignorancia. Por vivir en lugares alejados de los centros de atención o por creer que la medicina no es el mejor recurso y se acude a un curandero.

         Los niños mueren porque sus padres aceptan trabajos esclavos. Y asumen la responsabilidad de ayudarlos, manipulando sustancias tóxicas que perjudican su salud. Y, más allá de un par de voces que se elevan desde alguna organización que busca liberarlos de esa situación, el tiempo se ocupa de acallar toda protesta. Es muy cómodo horrorizarse desde la comodidad de un sillón, mirando televisión, con la heladera llena de alimentos. Y es mucho más cómodo tomar el control remoto y cambiar de canal para ver algo más entretenido.

        Muchas personas se preguntan cómo puede ser que en algunos países aún exista la mutilación de los genitales femeninos. O la muerte por lapidación. Pero ignora o no se mete cuando su vecina sufre el maltrato de su pareja. Aún cuando esta situación  le cueste la vida.

     Muchas veces no es necesario mirar tan lejos el horror. Porque simplemente, lo tenemos en casa.

        

        

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