domingo, 20 de noviembre de 2011

La guardia del domingo

    Todos estamos nerviosos. Cada cual concentrado en su propio problema o en el del familiar al que está acompañando. Queremos que nos atiendan y que nos digan qué tenemos. En la sala de urgencias de un hospital público se pueden oír diferentes historias, y todas y cada una bien distintas, pero que pintan la realidad.

  No sé por qué  me sigue dando impresión que la ventanilla de ingresos tenga una reja. He leído por ahí los casos de violencia, de personas que se ponen mal porque no comprenden que los médicos hacen lo mejor posible, pero igual a veces las urgencias provocan demoras impresionantes, y los que vamos por una bronquitis, un dolor de artrosis u otro problema crónico, quedamos esperando, impacientes.

   A unos metros en donde aguardo que revisen a mi madre, hay dos policías penitenciarios con un muchacho que lleva esposas. El pibe cuenta como si nada que mató a otro cuando tenía catorce años, lo escucho y la verdad que siento muchas cosas contradictorias. Mientras, habla con sus custodios de armas, de drogas, duerme. Están esperando que venga el cirujano.

   Mientras, ingresa un muchacho con la cara lastimada en una camilla.  Su amigo dice que lo encontró tirado en la calle, que dos tipos le estaban pegando. Más tarde mi madre me cuenta que escuchó lo que el herido le contó a los policías. Su cuñado lo acusó de abuso de menores y mandó a dos personas a que lo golpeen.

 El mismo doctor que revisó a mi mamá, atendió a otra mujer que casi no puede caminar. Tiene artrosis, pero los dolores intensos la hicieron ir a la guardia. Está esperando los resultados de unos análisis. Está nerviosa, tuvo que dejar sólo a su hijo adolescente que sufre hidrocefalia y no tiene quién lo cuide un rato.

  Llega una señora con su hijo. El chico tiembla como una hoja, la mamá está asustada porque el chico dice que se le borra la vista. Aparece otro, todo lastimado, excepto la cabeza, lo arrastraron con la moto.

 De repente una discusión nos saca de nuestro propio mundo. Un hombre que acompaña a su esposa quiere que pase su hija a verla. Pero el de seguridad no se lo permite. Discuten y el hombre le pega un flor de sopapo al guardia. Todos nos asomamos para ver qué pasa y cómo sigue la historia.

Nuestro médico hace dos horas que brilla por su ausencia. La otra señora sigue esperando que le traigan unos resultados de los análisis. Nos empezamos a poner nerviosos. Unos porque no los atienden, otros porque queremos que nos terminen de atender e irnos a casa.

 Finalmente una doctora, cansada tal vez de que la mire fijo cada vez que pasa, toma el caso de mi madre. Le receta un antibiótico y podemos retirarnos.

Mientras espero el coche que nos lleve de regreso a nuestra casa, otro señor con la cara lastimada baja de un patrullero. Una pelea en la calle, y el amigo, que pasa por mi lado y apesta a olor a vino barato, se pone a discutir con el de seguridad, que está tratando de hacerle comprender que tiene que pasar por la ventanilla para anotar al hombre lastimado, mientras lo hacen pasar por el sector de urgencias.

 Me voy con la sensación de que en el hospital público hacen lo que pueden. Una sola enfermera atendía a todos los pacientes que requerían medicación, oxígeno análisis. Los doctores tienen la cara con el cansancio de haber estado de guardia, y no terminar nunca con los que se pelean, los que se accidentan. Absorben la situación de muchas personas que no tienen una obra social o mutual y mientras se quejan de sus dolencias, se quejan de su situación. Y su condición de médicos les impide discriminar a un asesino, a un abusador o a un motorista. Ellos son personas y no importa lo que hacen en sus vidas. Su misión es curarlos, salvarlos y seguir con el paciente que espera, impaciente, en la sala de al lado.

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