martes, 2 de septiembre de 2014

Historias violentas.

Tal vez convendría rescatar alguna imagen en un buscador de internet para ilustrar esta nota, pero cualquier cosa que encuentre estaría mostrando lo que vemos todos los días, en cualquier momento, en cualquier lugar. De manera que elijo simplemente expresarme a través de las palabras, de un simple texto que genere algo de reflexión en cada uno de nosotros.

Vivimos en una sociedad que normalizó la violencia. Esa misma agresividad de la que nos espantamos cuando la muestran en los medios y calificamos de "bestias" a los protagonistas de otras historias, pero que no vemos en nostros mismos o en nuestros pequeños actos cotidianos.

Vamos acumulando frustraciones, fracasos, silenciando la impotencia de no responder la agresión o la impunidad. Hasta que un día eso explota y nos volvemos ciegos ante la ira. Y reaccionamos sin sentido ante esa gota, a veces pequeña e insignificante pero que sirve para hacer que todo explote por el aire. Y, sin que el otro sepa cuántas gotas fueron las que se sumaron una a una para llenar ese vaso, cometemos alguna locura inexplicable, somos los "locos". Y algún abogado apela a la "emoción violenta", excusando el desborde manifestado.

Pero, siempre hay un pero, se supone que la naturaleza nos hizo seres racionales, pensantes, capaces de discernir y analizar cada situación que vivimos. ¿Qué es lo que nos está llevando a trasladar a nuestra vida diaria el "día de furia", rompiendo todo, provocando daño a personas que tal vez no tienen nada que ver, reaccionando ante una mirada que en realidad no sabemos que significa pero que "no nos gusta"?

Las noticias hablan de chicos que acuden con armas a las escuelas, de personas que ante un choque se desbordan y reaccionan violentamente, de peleas inconducentes entre dos personas que no dan el brazo a torcer, porque el de enfrente TAMBIÉN está desbordado, colapsado, lleno de una ira acumulada y reprimida.

Nuestro lenguaje está lleno de violencia. Tratamos de "hdp" a nuestro mejor amigo o a la persona que admiramos. Así mismo, utilizamos toda clase de insultos para llamar a las personas que más queremos, sin considerar la carga violenta que poseen. Llamamos al otro con apodos referidos a sus defectos físicos, sin pensar que ese otro tiene cualidades que tal vez no conocemos. Nos burlamos si no es tan piola y divertido, si no está en la onda, entonces se le hace "bullyng" al distinto, al callado, al que no se suma como oveja al desborde y al griterío absurdo. Luego, cuando ese distinto reacciona, nos sorprendemos de la violencia con que la "gota"  rebalsa el vaso. Pero nunca, nadie, observa cada una de las pequeñas acciones "divertidas", "graciosas", "piolas" que hicieron que el distinto se sintiera burlado, atacado en su propia dignidad.

Existe una violencia institucional que asombra pues contradice el "discurso" político que nos quieren vender todos y cada uno de los funcionarios y candidatos que, año a año, nos van desencantando al no cumplir sus promesas, al no cambiar nada desde arriba, para que poco a poco vaya derramando ese cambio hacia abajo, hacia los que vivimos todos los días en la calle la otra violencia.

Tenemos esa violencia en donde hay quienes ganan fortunas a expensas del Estado y miran sin mirar a los que no tienen un vidrio en sus escuelas, a los que no reciben justicia, a los que en un hospital no encuentran más que el milagro humano de la capacidad de los profesionales, pero deben esperar para una tomografía que puede salvarles la vida.

Convivimos con la violencia del que no respeta una luz roja, la prohibición del giro a la izquierda, del que consigue saltarse el turno porque un conocido lo llevó directamente al despacho en donde se realiza un trámite. Y sufrimos la violencia cotidiana de la imparable ola de inseguridad a la que ningún juez pone coto, dejando delincuentes en la calle que sienten que nada se paga a esta sociedad, nada se devuelve, que hasta un homicidio les sale "gratis".

Siempre se dice que debemos pensar en qué mundo les dejaremos a nuestros hijos, pateando para más adelante el compromiso del cambio. Pero deberíamos pensar en qué clase de sociedad queremos para nosotros mismos, para no vivir "soportando" y llenando un vaso de enojo e ira a punto de explotar.

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