jueves, 22 de enero de 2015

La incertidumbre.

Este escrito no pretende hacer un análisis pericial sobre si al fiscal Alberto Nisman lo mataron o fue un suicidio. Eso lo determinará la justicia, más allá de que comparto las lógicas dudas que la gran mayoría tienen sobre lo ocurrido y mucho más con los acontecimientos que van mezclando confusión e indignación.

     Desde mi lugar de ciudadana lo que quiero manifestar es que este "caso" nos muestra a todos los ciudadanos el daño que han sufrido las instituciones que deben garantizarnos Seguridad y Justicia. Porque cualquier cosa que suceda en este caso, vamos a tener dudas. Dudas de las causas, de las razones, de quienes fueron los que instigaron un posible "suicidio inducido" o sobre la identidad tanto de un autor ideológico del posible crimen como del brazo ejecutor.

    En el SUPUESTO caso (y pongo mayúsculas, porque reitero que es SUPUESTO caso) que todas las investigaciones condujeran a determinar que el fiscal se suicidó, por más que todo el equipo trabaje en forma absolutamente independiente, ¿se les creería? Muchos seguiríamos con las dudas sobre sus posibles temores, si sufrieron amenazas hacia sus familias para dirigir los resultados, si son militantes y un largo etcétera.

    La cruda realidad que nos pone hoy la muerte del fiscal Nisman es el absoluto descreimiento en todo aquéllo que debería darnos tranquilidad. Tanto jueces, como fiscales, como secretarios, funcionarios politicos, de carrera. De un lado o del otro, los argentinos sentimos incredulidad e incertidumbre.

    Las derivaciones sobre la investigación pueden sorprendernos, cada día se sabe algo diferente, una contradicción, un dato que amplía las suposiciones más perversas y más preocupantes hacia quienes hoy ejercen el poder político en Argentina. Pero la realidad es que antes que Alberto Nisman, en nuestro país murió la confianza en quienes votamos y nos representan. Y eso es gravísimo.

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