viernes, 15 de mayo de 2015

El germen de la violencia.







¿Dónde nace y comienza a germinar la semilla de la violencia en la que la sociedad está sumergida? La gran pregunta que nadie responde, y que la mayoría patea para afuera, buscando en lo exterior algo que se engendra dentro de nosotros mismos, en  nuestros hogares y que, tal vez, no vemos, ya que naturalizamos ciertas conductas.

Poco a poco se ha ido perdiendo el respeto, ese sentimiento que hacía que frenáramos nuestras reacciones ante el otro, ya sea por lazos de famlia, por amistad, por jerarquía laboral o la razón que se nos ocurra. Teníamos un cierto "código" moral, una costumbre, que hacía que nos calláramos la boca en determinadas circunstancias para, precisamente, no terminar a los golpes o en una discusión interminable, que podía llegar a terminar con el vínculo hacia el otro (aclaración: no estoy refiriéndome al silencio por sumisión o temor al otro, sino, simplemente, a no cruzar ciertos límites autoimpuestos, a no dejarnos llevar por la calentura del momento, a esperar a que la rabia pase, para poder razonar con el otro en una situación menos tensa).

De un extremo se ha pasado al otro. Como ejemplo, del rigor con que mi abuelo trataba a sus hijos, recuerdo que ellos contaban que ante la mirada de Don Mateo no volaba una mosca, ni siquiera se atrevían a tener un mal pensamiento cuando él los reprendía, ni murmuraban una protesta ya que eso implicaba aumentar su enojo. Años más tarde vi como uno de mis tíos, no sabían como reaccionar ante los desplantes de su propia nieta, a quien permitieron hacer a su antojo durante la niñez, ya que "es chiquita" y en esa etapa resultaban graciosos, lo que años más tarde fue incontrolable. ¿Qué sucedió en el medio? ¿Qué pasó entre la extrema rigidez de mi abuelo y la irrespetuosidad de su bisnieta?

Supongo que el caso no es el único. Muchos adultos de hoy, son esos hijos de rigor que buscaron ser menos duros con sus propios hijos...y éstos aflojaron las riendas con los suyos o simplemente compensaban las ausencias laborales con permisos a todo y límites muy desdibujados.

Poco a poco, se fue vulgarizando el lenguaje. Aquéllas palabras que se utilizaban para insultar, agredir u ofender, se transformaron enlos vocativos (reemplazo del nombre de pila con que se llama a una persona)"cariñosos" para dirigirnos a nuestros amigos y familiares. Es normal escuchar,entre jóvenes y no tanto, decirse "forro/a", "boludo/a", "p.to/a". Me sucedió hace unas semanas ir caminando por la calle detrás de una mujer, otra asomó por la ventana de su casa y gritó estentóreamente "¡¡Trolaaaaa!!", ante lo cual la mujer se dio vuelta la cabeza, sonrió al ver quien era la persona que gritaba, retrocedió unos pasos y fue hasta la casa de la otra mujer, quedándose a charlar un buen rato... Y me pregunté cómo le diría esa mujer a alguien a quien no quiere ni aprecia, si usa una palabra descalificativa hacia su vecina/amiga?

Dentro de nuestros hogares el panorama no es muy diferente. Vemos padres que son tratados por los hijos como pares, casi como si no existiera la famosa brecha generacional, respondiendo de forma grosera e irrespetuosa ante requerimientos o preguntas, y dirigiéndose a quienes los trajeron al mundo con el mismo vocabulario que utilizan en ¡ups!..la cancha de fútbol.

El maltrato y la violencia se viven todos los días. Cuando permitimos que nuestra pareja  o nuestros hijos nos llamen de una forma despectiva, estamos naturalizando el maltrato verbal, escondido bajo el fantasma del sentido del humor o la camaradería. Cuando ese vecino nos nombra, para llamarnos la atención, utilizando una ofensa, estamos permitiendo y naturalizando ese mismo maltrato, trasladado a la calle. Y, casi sin darnos cuenta, esa semilla se reproduce en el trabajo, en la escuela, en todas las áreas de nuestra vida, porque sin darnos cuenta y para parecer "cancheros", "modernos", "simpáticos" y vaya a saber qué más, dejamos que nos humillen HASTA nuestros propios hijos. (He leído publicaciones de hijos de conocidos que, entre hermanas, se trataban de "p#titas" y bajo la excusa de que son cosas de hermanos, se permite la humillación, el desprecio y el maltrato hacia el otro. Si eso sucede entre familias, ¿cómo pretendemos que luego no lo trasladen a la escuela, y se transforme en el famoso "bullyng", imposible de controlar?).

Como todo, el hogar es un reflejo de lo que ocurre más allá de las cuatro paredes en las que encerramos todo ese caudal de violencia. Y que, de una forma u otra, explota afuera, en forma de reacciones inexplicables ante un roce automovilístico, rompiendo vidrieras porque perdió un equipo de fútbol, prepoteando a quien se nos ponga adelante y, por qué no, arruinando un espectáculo de fútbol, poniedo en riesgo la salud de otros, porque siemplemente a alguien le resultó "gracioso" y nunca pensó en las consecuencias de sus actos.

Seguramente esto no se replicará en el cien por ciento de los hogares. Seguramente habrá personas que buscan ser mejores a sí mismos cada mañana y le enseñan lo mejor a sus hijos. Pero, como dice una canción, cambiar el mundo depende de mi, de cada uno de los que leen esta nota y tambien de quienes elijan pasarla de largo, por extensa, aburrida o tambien porque se ven reflejados en ella y  no quieren admitir que se están equivocando. Yo elijo ser mejor, buscar vivir en armonía y respetar a quienes tengo al lado. ¿Y vos?

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