sábado, 5 de marzo de 2016

#ViajoSola, mis propias historias que no recordaba.

El mundo se ha conmocionado por la muerte de dos jóvenes argentinas, víctimas de la violencia que impera en un mundo en donde algunos hombres creen que pueden hacer lo que se les ocurra con una mujer. “Viajar sola” es una expresión a la que se recurre cuando una, dos o más mujeres deciden hacer algo, y que no hace alusión a la edad de las protagonistas, al lugar en donde se encuentren o que más de una persona implique que, precisamente, no se “viaja sola”.

Hoy, dialogando con mi madre, descubrí que, como tantas mujeres, tengo mis propias historias de represión hacia lo que quiero hacer o los lugares a los que quiero concurrir por mi condición de mujer. Tal vez mi inconsciente se negaba a aceptarlo, a que yo tambien había escuchado eso de “vas a ir sola”, o “van a ir solas” si la salida se realizaba con una o mas amigas. El simple hecho de pertenecer al género femenino es sinónimo de una larga serie de advertencias que acompañan a cada paso que damos.
 
Tenía 25 años y asistía a un curso de Periodismo en el Sindicato de Prensa de la ciudad. Al concluir la clase, uno de los profesores y un par de compañeros propusieron seguir con una “post clase” en el café de la esquina. La charla amena se prolongó y seguimos la tertulia en una pizzería. Luego tomé un taxi y me fui a casa. En ese entonces no existían los celulares y, honestamente, la charla hizo que me olvidara de llamar desde alguna cabina pública (creo que tampoco existían los locutorios!) para avisar de la demora. Cuando llegué a casa, mi hermano me dijo que mi madre se había ido a la comisaría para hacer la denuncia por desaparición. El oficial que la había atendido le preguntó que cómo me había dejado salir sola...siendo que estaba el loco de la ruta (para quienes no lo recuerdan, por aquéllos años hubo una serie de asesinatos de mujeres jamás esclarecidos y se culpó a un supuesto loco, que mutilaba a mujeres, algunas de ellas prostitutas, y las dejaba abandonadas a la vera de alguna ruta de acceso a la ciudad). Y hoy, hablando sobre Marina y María José, las chicas asesinadas en Montañita, mi madre recordó esas palabras.

Reaccioné porque leí algo en otro blog sobre el tema. Le respondí que a los 25 años no podía “no dejarme salir”, porque ya era adulta, y que era la policía quienes debían ocuparse del “loco de la ruta” y hacer lo posible para que ni a mí ni a ninguna otra mujer le sucediera nada.

La segunda anécdota fue hace pocos días, ahora que tengo 46 años. Con unas amigas organizamos ir a comer a un lugar algo alejado de la ciudad. Una de ellas propuso ir con su pareja y me consultó sobre si yo tenía algún problema en que él fuera o si yo quería hacer una salida solo de mujeres. Mi madre, escuchando la conversación de Whatsapp, respondió “que vaya Luis, no quiero que vayan solas”. En ese momento tanto mi amiga como yo nos reímos de la situación, ya que sentimos la intervención como algo divertido y no como una expresión de temor ligada a nuestro género sexual. Y hoy, conversando con ella, tomé dimensión de que las mujeres no nos damos cuenta de esas palabras porque las escuchamos todo el tiempo. 
 
¿Cuál es el criterio de que dos personas que salen juntas “vayan solas”? ¿La presencia de un hombre es garantía de que, en caso de un asalto, no nos hagan nada? ¿Cuántos hechos conocemos a través de los medios en los que, habiendo un hombre presente, abusan de la mujer que lo acompaña? ¿El hombre no vive el mismo grado de indefensión ante delincuentes decididos a todo y armados?

El planteo que no pudo responder mi madre es porqué ella no teme que mi hermano “viaje solo” en bicicleta a las cuatro de la madrugada, cruzando tres zonas peligrosas, y si teme que yo circule por una ruta en un coche con alarma, cierre centralizado y vidrios polarizados, precisamente, para que no se vea que conduce una mujer y que “va sola”. Porque su temor no era sólo la posibilidad de un accidente que, de ocurrir, Luis, el novio de mi amiga sería tan víctima como yo. Su temor era que mis amigas y yo no viajaríamos con la presencia protectora que la sociedad le da al hombre. El simple hecho de saber que él iría, la hizo sentirse mejor y solo desearnos que nos divirtéramos.

Como sociedad seguimos viviendo bajo preconceptos adquiridos hace siglos. Tendremos celulares cada vez más inteligentes, tecnología para los fines más diversos, avances increíbles de toda clase, pero que dos mujeres “viajen solas” dentro de su propia ciudad despierta todos los temores de los mandatos sociales adquiridos ancestralmente. Y hasta que desde las instituciones que corresponda no trabajen el tema, no se tomen en serio que a los “locos de la ruta” deben atraparlos y detenerlos para que seamos nosotras las que podamos caminar libremente por donde queramos, “viajar solas” será una advertencia constante aunque las protagonistas del viaje sean dos, tres, diez o veinte mujeres.

No estamos solas. Tampoco nos dejen solas. Y a las que fueron víctimas de ataques y muertes, no las victimicemos más y volquemos la culpa en los que se creen dueños de cuerpos que son libres. Los delincuentes son ellos, no las mujeres...por más solas que viajen.

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